Pese a que somos afortunados por vivir en un país desarrollado y en un tiempo en que nuestra dieta es variada y abundante, nuestro cuerpo está hambriento. Somos consumidores de calorías vacías, sin que les acompañen minerales o vitaminas. Este déficit de nutrientes se debe no sólo a lo que consumimos sino a cómo lo consumimos.
Las frutas y verduras son los alimentos con mayor aporte de nutrientes en relación a las calorías que contienen. Sin embargo, puede ocurrir que aunque siguiendo una dieta rica en vegetales y frutas, la cantidad de nutrientes que se ingieren finalmente sea muy pequeña.
La explicación a esta contradicción reside en el modo en que consumimos y nos procuramos nuestros alimentos. Hacer la compra se ha adaptado también a los nuevos tiempos, centrados en un futuro planificado concienzudamente. De este modo, la compra del mes ha sustituido a la diaria.
Los largos intervalos entre la cosecha y el consumo implican recurrir a métodos de conservación que ralentizan los procesos bacterianos que causan la degradación del alimento. Ejemplos claros de estos métodos son la congelación y la refrigeración, sin embargo, durante estos procesos se produce una pérdida considerable de minerales y vitaminas.
Además nos hemos malacostumbrado a poder comprar todo tipo de fruta y hortaliza en cualquier época del año. Esta oferta permanente se consigue gracias a que nuestros alimentos recorren más kilómetros que nosotros en nuestras mejores vacaciones, ya que para obtenerlos es necesario traerlos desde los países del hemisferio Sur.
Para que el producto llegue a nuestras manos con buen aspecto(lo cual no quiere decir en perfectas condiciones) ha de ser recogido antes de que madure, por lo que al fruto no le da tiempo de alcanzar al punto óptimo de azúcares y nutrientes que es lo que en definitiva se traduce en su sabor y aroma característicos.
Quizás sea el momento de dejar de conformarnos con los gustos y olores a “nada”, de recordarles a nuestro paladar y pituitaria el sabor y aroma verdadero de las frutas y verduras y de nutrir a nuestro cuerpo de forma natural sin tener que recurrir a complejos vitamínicos en las farmacias, ya que cuando una fruta o verdura es fresca y está en su óptimo estado de madurez, no hay nada que la supere.
Quizás sea el momento de preocuparnos por lo que comemos: ¿cómo se ha cultivado?, ¿es un producto local o de exportación?, ¿su producción y distribución tiene altos costes medioambientales?,… etc.
Y ¿por qué no? Quizás sea el momento de hacer nuestros pinitos como hortelanos y comprobar a qué sabe verdaderamente un producto fresco de la tierra. Quizás.